9 de cada 10 personas privadas de su libertad en Yucatán y México estuvieron expuestas a la violencia durante su infancia

Piden no criminalizar a las infancias ni de victimizar a quienes viven violencia, sino identificar factores de riesgo a los que han sido expuestos

Por Abraham Bote Tun

Un estudio, realizado por Reinsterta, revela que nueve de cada 10 personas privadas de su libertad, en en Yucatán, y en México, reportaron haber tenido contacto directo con al menos una actividad delictiva antes de los 6 años. Es decir, estuvieorn estuvieron expuestas a violencia directa e indirecta en su entorno familiar, escolar y comunitario durante infancia y adolescencia.

La mayoría comparte los mismos dolores; ausencia o abandono de sus papás, mamás, maltrato por parte de sus cuidadores, y crecieron con un sentimiento de vacío; de no ser queridos, incluso se sienten odiados por las personas que los trajeron al mundo.

“Yo siempre he sentido que mi papá es infeliz por mi culpa”, Marcos, de 25 años. “No sé qué odio tenía mamá contra mí desde que nací”, sentencia Alicia, de 32 años, originaria de Chiapas, quien lleva 9 años privada de libertad; condenada a 25 años por homicidio calificado.

“Mi mamá me abandonó porque quería seguir viajando de país en país”; Esther, 22 años. Otros señalan que tuvieron que dejar la escuela para ayudar con los ingresos del hogar, o, desde infantes, tuvieron que hacerse cargo de otros niños y niñas, sus hermanos menores. Su infancia se murió para dar paso a tareas que no le pertenecían.

Ante este panorama, el abandono del Estado, de las autoridades, de la sociedad y de sus familias, muchos encontraron cierto “refugio” y una familia en las pandillas, las actividades delictivas y las drogas.

De acuerdo con los resultados de la investigación Exposición a la violencia de personas privadas de la libertad en la infancia y adolescencia, nueve de cada 10 personas privadas de su libertad reportaron haber tenido contacto directo con al menos una actividad delictiva antes de los 6 años.

Mientras que cinco de cada 10 personas vivieron violencia verbal por parte de sus padres o cuidadores antes de los 18 años.

El estudio se realizó a más de cinco mil 500 personas privadas de su libertad en 14 estados de México: Aguascalientes, Ciudad de México, Chiapas, Coahuila, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Morelos, Oaxaca, Quintana Roo, Sonora, Tamaulipas, Tlaxcala y Yucatán.

En el caso de Yucatán, encuestaron a 37 mujeres y 277 hombres del Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida.

“No sé qué odio tenía mamá contra mí desde que nací”, sentencia Alicia, de 32 años, originaria de Chiapas, quien lleva 9 años privada de libertad; condenada a 25 años por homicidio calificado.

“No tengo mamá, ni papá. Creo que mi mamá tenía unos 13 o 14 años cuando me tuvo, después me abandonó para irse a vivir su vida y me dejó con mi tía y mis abuelos. Vivíamos en una casa de bajos recursos. Para sobrevivir, buscábamos botellas de aluminio y cobre en el basurero. Mi abuelito cosechaba hierba mora y chipilín, y mi tía me daba manojos para vender. Desde los 8 años yo ya tenía que estar vendiendo en la calle a las 6 de la mañana. Salía temprano y, acabando mis manojos, me cambiaba para ir a la escuela; saliendo de la escuela iba otra vez a vender o recolectar aluminio”, uno de los testimonios del estudio.

Alicia relata que apenas llegó a cuarto de primaria, dejó de estudiar para ayudar en su casa con el dinero. “Recuerdo que me iba a Puebla con mi abuela, ella era curandera, ayudábamos a las personas con pie hinchado, no sé qué enfermedad era. Mi trabajo era juntar sapos para la curación, me daba mucho asco, pero lo tenía que hacer para que mi abuela los usara, los pasaba por el pie de la persona, como frotándolos, entonces el sapo absorbía la enfermedad. Esto lo hacía varias veces. Yo recolectaba hasta 30 sapos, así curamos a varias personas. Por todo esto, yo faltaba mucho a la escuela y, obviamente, reprobaba. Cursé tres veces cuarto de primaria, pero como nomás no pasaba, mi tía me dijo que mejor me saliera, que ella no iba a estar gastando en vano”.

“Me fui alejando de mi casa, de mi familia, me sentía aturdida por la relación que tenía con mi mamá, porque yo la buscaba, quería pasar tiempo con ella, intentaba crear lazos y ella nunca se prestó. Me rechazaba y eso me hacía sentir mal. Además, a mis 14 años, mi padrastro intentó abusar de mí. Afortunadamente, un tío me enseñó a pelear y así pude defenderme”, agregó.

Especialistas en el tema e investigadores que formaron parte de la elaboración del documento coincidieron en que la exposición a la violencia en edades tempranas es un factor de riesgo perjudicial para el desarrollo físico, emocional y social de las personas; lo que impacta directamente en sus procesos de adaptabilidad y de interacción con los demás.

Saskia Niño de Rivera, cofundadora de Reinserta quien resaltó la importancia de no criminalizar a las infancias ni de victimizar a quienes viven violencia, sino identificar factores de riesgo a los que han sido expuestos.

“Para mi familia yo no existo”, comentó Gabriel, de 23 años, privado de libertad por dos delitos. Su sentencia es de 2 años y 10 meses por el robo. “De niño vivía con mi mamá y mis hermanos, mi papá se fue a Estados Unidos cuando yo tenía 5 años y no regresó, nos dejó solos. Mi mamá cuenta que mi papá era muy mujeriego, déspota, que manejaba plaza en Nayarit y pasaba droga a Estados Unidos. Un día trataron de matarlo y nos balacearon cuando íbamos en su camioneta, pero como era blindada, no pasó nada. También por eso mi papá se fue a Estados Unidos, aquí su vida corría peligro”.

Lo mayoría de las personas privadas de libertad que señalaron que sus madres y/o padres no estuvieron presentes en su infancia; señalaron el trabajo como la razón principal de esta ausencia, por lo que eran sus abuelas/os, hermanas/os o tías/os sus principales cuidadores y eran quienes recibían apoyo económico para su sustento:

“Mi mamá venía a vernos cada seis meses. Sólo sabíamos que se iba fuera, no sabíamos a dónde, y siempre se iba en la madrugada sin despedirse, entonces yo me refugiaba en una bata que dejaba con su perfume y me la ponía para sentirla cerca. Cuando hablaba por teléfono me decía que dejara de llorar, porque sólo las que no son mujeres de verdad lloraban, que ella tenía que trabajar y yo tenía que entender”- Fabiola, 33 años –

Algunos testimonios más indicaron haber sufrido abandono por parte de su madre o padre durante su infancia. “Mi mamá me abandonó porque ella quería andar viajando, andaba de país en país” – Esther, 32 años –

“Yo tenía 5 años cuando mi papá se fue a Estados Unidos, desde ahí ya no supe más de él” – Sergio, 23 años –

El doctor Israel Castillo, presidente de la Asociación Mexicana de Psicotraumatología, indicó que el desarrollo y consecuencias del trauma en las infancias afectan la vida y su crecimiento como personas, además señaló la importancia de generar vínculos sólidos en el desarrollo de vidas libres de violencia. Destacó que “trauma es toda intervención que interfiere con el desarrollo de las personas” y explicó que es importante la atención desde los vínculos afectivos incluso antes que los cognitivos.

Junto a Mercedes Castañeda, cofundadora de Reinserta, enfatizó en la importancia del apego y de conocer los efectos que las experiencias adversas en la infancia causan en el cerebro de los niños y la importancia de la vinculación de los niños como un eje clave en la restauración del tejido social.

Los hallazgos de la investigación muestran que la mayoría de las personas privadas de libertad vivieron distintos tipos de violencia en la infancia y adolescencia. El estudio revela que hay elementos cuantitativos, así como testimonios impactantes que evidencian la complejidad de los factores de riesgo que contribuyen a la reproducción y normalización de la violencia, tales como la deserción escolar, el acceso a armas y el consumo de sustancias a edades tempranas.

“En una era donde la violencia en la infancia y adolescencia está incrementando, los resultados de este estudio nos presentan un panorama desolador para el futuro de México”, advirtió Reinserta.

Por lo tanto, la organización recalcó la importancia de “reacomodar” las prioridades en materia de seguridad, dejando de ser un país que apuesta por la “seguridad reactiva y cambiar al entendimiento de la seguridad social desde un lugar de prevención y atención al bienestar social, diseñando protocolos de identificación de casos de posible deserción escolar, reforzando programas de fortalecimiento de la relación entre las instituciones educativas con los organismos encargados de la protección de niñas, niños, y adolescentes; creando un sistema de justicia penal integral que considere la justicia restaurativa como un eje central, así como el combate de la corrupción, el nepotismo y la ineficiencia”.

“Desde Reinserta, como organización comprometida con la contribución a comprender las distintas realidades y contextos de las niñas, niños y adolescentes expuestos a la violencia, hacemos un llamado a la sociedad, a las autoridades gubernamentales y a las instituciones involucradas en los temas que se abordan en este estudio para que su lectura y análisis nos permita encaminarnos hacia la construcción de acciones que atiendan a las necesidades reflejadas”.

Por medio de la implementación de políticas públicas que se recomiendan, desde Reinserta “pedimos incidir en una disminución de futuros resultados en el tema que hoy tocamos; específicamente, actuando ahora, mediante la protección de la infancia en una etapa preventiva, como un efectivo ejercicio de seguridad para nuestras niñas y niños”.

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