Infancias rotas: como atender y detectar la depresión en niños, niñas y adolescentes
La mejor forma de prevenir es garantizar una vida libre de violencia y centrada en los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes
Niños y niñas deben tener la palabra para su bienestar
Por Abraham Bote Tun /foto portada: Priscila Pereyra
Las infancias también se deprimen. Sienten dolor, tristeza. Sobre todo, cuando experimentan algún e vento traumático, abuso sexual, violencia física, castigos, regaños, ejercidos por las personas cuidadoras, la escuela, los padres o madres. Acciones que repercuten en su alma, en su cerebro y por ende en su estado mental.
Urge modificar las formas de crianza, dejar a un lado el machismo, el adultocentrismo, escuchar a las infancias, recuperar la palabra de los niños y niñas; de lo contrario, estamos formando seres humanos “rotos” y con severos problemas de salud mental y en el peor de los casos, personas que podrían atentar contra su vida, incluso desde temprana edad.
Según estudios, cerca del 80 por ciento de las personas podemos salir de manera resiliente de las infancias difíciles y el otro 20 por ciento, son quienes necesitan atención mucho más especializada.
“La mejor forma de prevenir es garantizar una vida libre de violencia y centrada en los derechos humanos de niñas, niños y adolescentes para no tener que estar reparando adultos rotos”, reflexionó el psicólogo Fernando Nieto Reynaldos
El especialista agregó: La mejor prevención no está en la intervención ya que empezó la depresión o la ansiedad, sino en evitar experiencias adversas y brindar de herramientas y el acompañamiento seguro, empático, desde los buenos tratos a los niños y niñas.
El especialista en resiliencia y buenos tratos a la infancia y adolescencia expuso que la cuarta causa de muerte entre niñas niños y adolescentes de los 10 a los 17 años es el suicidio o por lesiones autoinfligidas; esto está asociado directamente a estados de salud mental como son la depresión y la ansiedad.
De acuerdo con el coordinador de la agrupación PERMA: Cultura en Resiliencia, como parte del mito y estigma de la salud mental, se piensa que los niños y niñas no tienen de qué preocuparse, que son muy resilientes o que por su vitalidad curiosidad y sus ganas de jugar y explorar el mundo no viven condiciones emocionales difíciles.
Sin embargo, indicó, por el contrario, parte de esto de esta problemática es porque al tener esta mirada adultocéntrica y de falta de conocimiento del desarrollo cognitivo y emocional de niñas y niños, muchas veces como adultos no acompañamos a la adecuada comprensión del mundo, las adversidades y los eventos traumáticos.
“Al no acompañarlos en esta comprensión les hacemos mucho más difícil su entrada al mundo simbólico, su entrada al mundo social y su entrada al mundo del desarrollo humano”, indicó.
Además, no se reconoce que la salud mental no es una cuestión de sólo un estado mental, o se piensa que tiene que ver con tener una buena actitud ante la vida.
No obstante, hay una parte fundamental neurobiológica que no está siendo atendida y se cree que con “simplemente echarle ganas, con solo vibrar alto, tener una actitud positiva las cosas van a mejorar”.
Pero, precisó, el cerebro, sobre todo desde la infancia puede sufrir afectaciones, principalmente, si se viven eventos traumáticos; que pueden ocasionar efectos en retrasos del desarrollo cognitivo, en el desarrollo de relaciones sociales, del control de impulsos, de la interpretación del mundo.
“Cuando hay estos retrasos, que son efectos del daño neurológico, del daño del sistema nervioso central por los eventos traumáticos, entonces niñas y niños empiezan a tener problemas para adaptarse a lo que el mundo adulto espera”, subrayó.
A su vez, agregó, se les dificultan algunas áreas de la escuela, tienen dificultad para prestar atención sostenida a ciertas problemáticas, a relacionarse de una manera amable, cordial, compasiva con sus pares o con otras personas.
Es decir, explicó el especialista, si un menor experimenta un momento traumático, que cambia la arquitectura de su cerebro, del sistema nervioso, y por lo tanto hay afectaciones en el desarrollo cognitivo, emocional social, que lo lleva a realizar conductas transgresoras, disruptivas o mal adaptativas que normalmente no realizaba antes.
Por ejemplo, el niño o niña ya sabía vestirse y de repente deja de hacerlo, vuelve a orinarse en la cama, se le olvida como escribir ciertas cosas o se le dificulta prestar atención en la escuela.
También, agregó, muchas veces se adelantan a sus etapas de desarrollo, hablan de cuestiones sexuales, temas de violencia, relaciones de dominio, poder o abuso que no son acordes a su edad.Todas estas acciones son focos de alarma de que algo no marcha bien.
Si no hay una atención adecuada, el especialista en educación para las sexualidades, indicó que las personas adultas u otros niños o niñas empiezan a segregar, excluir, estigmatizar y violentar aún más, en lugar de hacer un “acompañamiento cálido y un diagnóstico adecuado para la restauración o regeneración del daño”.
“Cuando ese ese ambiente social lo que haces es estigmatizar, discriminar o violentar más, generalmente entonces llega un nivel donde el niño, niña o adolescente trata de buscar mecanismos, por sí mismos, que la alivian el dolor o el sufrimiento y las mayores veces son conductas de riesgo”, advirtió.
Por ejemplo, conductas masturbatorias en exceso o de hipersexualización, de autoinfringirse daño, consumo de alcohol, de drogas, relaciones de riesgo o de abuso de poder.
El psicólogo mencionó algunas experiencias en la niñez que más daño neurológico y psíquico ocasionan:
Abuso infantil, emocional, físico; negligencia infantil, enfermedad mental de uno de los padres o de un integrante del núcleo familiar, drogadicción o alcoholismo de uno de los padres o de un integrante del núcleo familiar, o conductas obsesivo-compulsivas o desorganizadas recurrentes; ser testigo de violencia doméstica (o comunitaria), privación de la libertad de uno de sus padres o de un miembro de la familia.
Así como separación o divorcio de los padres o mudanzas frecuentes, fallecimiento de uno de los padres o de un hermano, o de cuidadores primarios, experiencias de desigualdad social y pobreza (sobretodo alimentaria) y abuso o exposición sexual
Ante este panorama, si no se le brinda una atención al menor, un acompañamiento adecuado, es probable que tengamos personas adultas con severos problemas de salud mental, incluso pueden llegar hasta el suicidio. “Si no se previene, lo que se tiene que hacer es la intervención para poder regenerar o restaurar todos aquellos daños que fueron hechos en aquellas experiencias traumáticas”, expresó.
¿Los adultos tienen una gran responsabilidad para poder formar a seres humanos con una calidad bienestar adecuada?
Para el experto, no toda la responsabilidad recae sobre papá o mamá, o las personas cuidadoras primarias, sino se trata de un enfuerzo comunitario donde lo que necesitamos hacer es erradicar toda forma de educación machismo, sexismo y el adultocentrismo.
Dejar de pensar que el adulto es quien todo lo sabe y que el niño o niña, solo tienen que obedecer y replicar lo que adultos y adultas tienen. “Recuperar la palabra y la participación de niñas y niños en su bienestar”, manifestó.
Reconociendo su propio derecho a participar de las decisiones para su bienestar, su felicidad y su desarrollo, agregó,
Algunos síntomas que pueden señalar que el niño, niña o adolescente tiene depresión:
Ánimo bajo la mayor parte del día, casi todos los días, ya sea por reporte subjetivo u observado por otros. En niños y adolescentes, el estado de ánimo puede ser irritable.
Disminución importante del interés o placer en casi todas, de las actividades todo el día, casi todos los días.
Baja significativa de peso sin dieta o aumento de peso (5% de cambio) o cambios en el apetito casi todos los días. En niños considerar el fracaso para el aumento de peso esperado.
Insomnio o hipersomnia casi todos los días, agitación o retardo psicomotor casi todos los días. Fatigabilidad o pérdida de energía. Sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesiva. Disminución de la capacidad para concentrarse, casi todos los días. Pensamientos recurrentes de muerte (no solo miedo a morir), ideación suicida recurrente sin plan específico o intento suicida o plan específico para cometer suicidio.