Los cuerpos y autonomía de las infancias deben ser respetados
Tocar a un infante sin su consentimiento u obligarlos a tener contacto con otro adulto deja consecuencias en su salud mental
Texto y foto de portada: Abraham Bote Tun
La escena del Dalai Lama, donde obliga a un menor de edad a que le dé un beso en la boca, brinda oportunidad para reflexionar: las infancias, sus cuerpos, deben ser respetados.
Hemos crecido normalizando que las y los niños pueden ser tocados y vulnerados, incluso por miembros de la familia, sin embargo, esto puede dejar una marca en su alma. Heridas difíciles de sanar.
Desde secuelas en la autoestima, confusión en sus emociones, hasta no distinguir que están sufriendo un abuso sexual; normalizan la violencia que sufren y ya no lo externan; esto es peligroso sobre todo en un contexto donde quienes más ejercen la violencia sexual en contra de niñas, niños y mujeres son familiares cercanos.
“Si enseñamos o educamos a las niñas y a los niños con esta confusión de emociones, a no respetar sus límites a tener baja autoestima y desde ese adultocentrismo, estamos propiciando que las infancias se queden sin herramientas para poder discernir el por qué un adulto me está tocando o me está pidiendo que lo toque”, manifestó la psicóloga Nalleli Barrera Acosta
Desde pequeños hemos pasado por momentos incómodos. Dónde en una reunión, un tío, una tía, u otro integrante de la familia nos tocan sin nuestro consentimiento. Invaden nuestros cuerpos.
Además, nos obligan a saludar de beso, abrazo a personas adultas que ni conocemos y con quiénes no queremos compartir ese vínculo de intimidad. Es algo tan invasivo.
Nadie debe tocar a las infancias sin su consentimiento. Ni un líder religioso. Ni una monja. Ni siquiera un familiar. Merecen ser escuchadas. Merecen ser respetadas y tratadas con dignidad.
¿Qué impactos tienen que se les obligue a los niños y las niñas a saludar de beso o abrazo o que invadan sus cuerpos sin su consentimiento?
De acuerdo con la psicóloga Nalleli Barrera Acosta, con este tipo de acciones las personas adultas causan una confusión de emociones y sentimientos hacia las infancias; pues se les inculca que el dar un peso o una caricia es una manera de manifestar afecto, por lo tanto, para los niños y niñas se les hace como común abrazar o dar besos a mamá, a papá o algún familiar que esté dedicado a su crianza.
Sin embargo, precisa la especialista, cuando les obligamos a dar un beso, abrazo y otro contacto físico, sobre todo cuando es una persona extraña, causamos una confusión acerca de estas conductas que para de su día a día son naturales y que vienen desde la emoción o desde el amor.
“No pueden discernir cuando sí se manifiesta ese tipo de afecto y cuando no”, indica.
Además, indica, al no respetar sus límites, los niños y niñas no saben discernir por qué si se sienten incómodos o incómodas se les está obligando a dar esta manifestación.
“Como confían en las personas adultas, que les cuidan pues rompen esos límites o no hacen caso a estas señales del cuerpo que les está indicando que no quieren”, subraya.
Es decir, recalca, estamos causando confusiones y por lo tanto que los menores de edad no respeten sus propios límites que nacen de manera natural
Además de esto, la psicóloga señala que pueden ocasionar una baja autoestima; porque piensan; “no confían en mí los adultos con respecto a lo que yo quiero o lo que estoy sintiendo”.
Esto tiene que ver igual, agrega, con esta mirada adultocentrista, desde el sistema machista, que refuerza el tema de las obediencias en las infancias. “No estamos respetando lo que quieren y sus emociones”, precisa.
Otro impacto negativo, según expuso, es que estamos poniendo en riesgo a las infancias, al hacerlas víctimas o receptoras de abuso sexual infantil. “Si enseñamos o educamos a las niñas y a los niños con esta confusión de emociones, a no respetar sus límites a tener baja autoestima y desde ese adultocentrismo, estamos propiciando que las infancias se queden sin herramientas para poder discernir el por qué un adulto me está tocando o me está pidiendo que lo toque”, manifestó.
Es decir, las infancias crecen con esta idea. “Aunque que yo no me sienta bien. Yo tengo que obedecer lo que este otro adulto me dice, porque no importa cómo me sienta, no importa si mi cuerpo me está diciendo que estoy incómoda o incómodo, pues siempre me han dicho que tengo que hacer lo que una persona adulta me diga”, sentenció.
Además, si no se atiende, el panorama se puede complicar, escalar hasta un estrés postraumático; si el abuso sexual infantil es sistemático, es decir, pasa muchas veces, estamos propiciando situaciones de depresión que pueden ir a manifestarse en intentos suicidas u otros tipos de trastornos.
Ante esta situación, al terapeuta recomendó siempre escuchar la voz de las niñas y los niños o adolescentes, su opinión importa, principalmente cuando hablamos de sus cuerpos, de sus emociones, de sus pensamientos; preguntarles qué es lo que quieren y que no les agrada y respetar sus decisiones. ¿Quieres que yo te abrace? ¿quieres que te dé un beso?
También es importante, recalca, educarles en sexualidad, que va más allá de las relaciones sexuales, sino nombrar las partes de su cuerpo, no poner otros adjetivos que puede confundir a las infancias y, sobre todo, comentarles que solo mamá o papá pueden tocarles para bañarles, para cambiarles o en alguna otra situación.
También los adultos debemos cuestionar nuestro adultocentrismo; ir dejando a un lado esas crianzas con las cuales fuimos educados, no replicar los castigos, la obediencia y otras violencias como forma de educar.
A su vez dijo que es relevante crear espacios de confianza para que las infancias puedan nombrar lo que les pasa. Un ejemplo, no usar este chantaje o esta dinámica de secretos, “”o le digas a tu papá y te compra una paleta”, esto pareciera una complicidad genuina, pero les pone en riesgo, entonces evitar este tipo de conductas. “Para que cuando otro adulto venga y les diga: Esto es nuestro secreto la niña o el niño sepa que esa es una señal de alarma”.
Para Juan Martín Pérez, coordinador de Tejiendo Redes Infancia en América Latina y el Caribe, normalizar estos actos (Dalai Lama) sin importar la persona que los comete, permite justificar que niñas, niños y adolescentes puedan ser vulnerables frente a los deseos de las personas adultas.
“La agresión del Dalai Lama de 87 años de edad a un niño de 9 años es evidente e injustificada. Ninguna tradición o práctica religiosa puede estar por encima del Interés superior de la niñez”; sentencia.
El activista recalca que las agresiones y el abuso sexual sucede en relaciones de jerarquía, de poder e impunidad. Algunos ejemplos de ello son el caso de Marcial Maciel, Los legionarios de cristo y cientos de curas pederastas católicos y el caso de Naasón Joaquín, Iglesia de la luz del mundo, protegido en México, ahora procesado en USA.
“Preocupa que nuevamente el pacto patriarcal y su narrativa dominante en los medios de comunicación y autoridades responsables protejan al jerarca religioso: minimizándolo a ‘una broma’, demencia senil o un ‘incidente’ negando que se vulneran los derechos del niño”.
El adultocentrismo y sus narrativas siguen invisibilizando al niño, para centrarse en la justificación al adulto agresor (y poderoso), concluye.