Pensamientos de un viernes: memorias, discos y cosas que se tocan
Por Abraham Bote Tun

Una vez, un conocido me comentó, sorprendido, cómo era posible que yo recordara con tanta claridad un evento de mi infancia. La verdad es que nunca me había detenido a pensarlo: simplemente estaban ahí, esas imágenes guardadas en algún rincón de mi mente.
No sé si fue porque me impactaron o porque, en ese momento, no les di importancia… pero ahí siguen. Persisten en mi yo adulto.
No me parece raro recordar esas escenas lejanas. Lo curioso es que, a veces, no puedo recordar si apagué el fogón de la estufa, si desconecté la cafetera, o dónde dejé las llaves —aunque hace solo unos minutos las tenía en la mano, junto con el celular. Y sin embargo, hay momentos de la infancia que se han quedado grabados, ahí como esas heridas que me hice al jugar, como esa cicatriz que conservo en mi cachete derecho que me hice con los cristales, fijados al muro de mi vecina.
Son esas pequeñas escenas las que, quizá, me marcaron sin que yo lo supiera. A pesar de que me gusta promover la idea de vivir el presente, a veces parece que vivo en el ayer. Como dice la gran Leila Guerriero: “hay días que transcurren en el pasado”.
Viernes nostálgico: cuando el presente se disuelve
Estos días, particularmente grises, como un viernes lluvioso, me ponen a reflexionar. No sé si es por el clima, por la nostalgia o por lo que pasa allá afuera, pero hay jornadas que parecen un regreso.
Volvemos a momentos de euforia, de felicidad, de tristeza profunda. A veces incluso a esos duelos que aún no se cierran del todo.
Será la edad, o las cicatrices, o esa sensación de que hoy todo es efímero, intangible, virtual. Todo parece estar en un mundo virtual, y muchas cosas se sienten falsas.
Por eso, a veces, me gusta regresar a lo físico. Me niego a soltar del todo los objetos que puedo tocar.
Discos, libros y realidades tangibles en tiempos inciertos
Uso las plataformas digitales, claro que sí —aunque me resistí durante mucho tiempo—. Pero sigo regresado: abrir un libro físico, poner un CD, sentirlo entre mis dedos.
En un mundo donde tantas cosas son inciertas —el amor, la vida, la salud mental, la vivienda, incluso el futuro—, es reconfortante tener algo material a lo cual aferrarse. Algo que me diga “esto es real”.
A veces saco mis discos viejos. Algunos ya ni se escuchan bien. Están rayados, desgastados, como mi alma. Pero ahí siguen, y me siguen hablando.
De mí. De mi historia. Me gusta correr el riesgo y reproducirlos, aunque a veces apenas suenen. Son parte de mí, como estos pensamientos sueltos de un viernes cualquiera.