Crianza y responsabilidad: Reflexiones sobre la paternidad y la decisión de no ser padres

Por Abraham Bote Tun

Cuando soy testigo de un niño que llora, patalea o hace un berrinche en algún espacio público, como el cine por ejemplo, una sensación de incomodidad me invade. Una mezcla de molestia y reflexión comienza a recorrerme, y en ese instante me pregunto cómo reaccionaría si fuera mi hijo o hija.

Me recuerda, sin querer, por qué no quiero tener hijos. La idea de la descendencia, de tener un niño a quien cuidar, es algo que me llena de dudas.

Es curioso cómo, en medio de una sociedad que ve la maternidad y la paternidad como algo casi automático, aquellos que elegimos no tener hijos enfrentamos una responsabilidad distinta. Reconocemos, de alguna manera, lo serio y lo delicado de criar a un ser humano.

Criar un hijo no debe ser una simple decisión para llenar un vacío, para tener quien cuide de nosotros en la vejez, o, peor aún, para cumplir con un mandato social que nos dice que debemos seguir la corriente, que debemos formar una familia para ser considerados “completos”.

No. Criar a un ser humano conlleva una responsabilidad abrumadora. Es una carga emocional que no se debe tomar a la ligera. De hecho, podría parecer abrumador el peso de pensar en lo que implicaría criar una vida: lo que enseñamos, lo que dejamos de enseñar, lo que damos, lo que podemos romper.

Acto de amor y vulnerabilidad

Porque criar es, en muchos aspectos, un acto de amor, pero también de vulnerabilidad. Y hay algo aterrador en saber que las heridas que generemos pueden marcar de manera profunda el alma de otro ser, afectar su mente, su cuerpo, su corazón.

No es difícil imaginar cómo una mala experiencia o una crianza insensible pueden dejar cicatrices que se arrastran toda la vida. Esas heridas pueden hacer que crezcamos adultos rotos, incapaces de profesar amor genuino, con un corazón marcado por la brutalidad, la cual seguramente será replicada en muchas formas.

Y me pregunto, mientras el camión en el que voy se detiene por más de dos minutos en el congestionado Periférico, si, de alguna manera, esos mismos niños que patalean en público podrían estar reflejando esa responsabilidad mal gestionada.

Epílogo:

La carga de una crianza incompleta, de una atención que se diluye entre las prisas del mundo. Mientras mi mente se llena de estas ideas, decido sacar un libro de Leila Guerriero que llevo conmigo, y me pierdo en las palabras que le dan forma a esta ciudad que parece a veces tan ajena a los momentos de reflexión.

Es curioso cómo las reflexiones sobre la crianza, sobre lo que decidimos ser o no ser, pueden llegar en los momentos más inesperados. En el tumulto de un camión varado, en medio del caos, surge una claridad sobre la importancia de una decisión tan trascendente.

Sin embargo, para aquellos que eligen ser padres, la tarea es titánica, y no debe tomarse sin antes reflexionar sobre todo lo que implica. Quizá, el mayor acto de amor sea precisamente entender los riesgos de hacer crecer a otro ser humano, con sus propios miedos, sueños y traumas, sin perder la capacidad de enseñarles ternura.

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