Los rostros del agua

A Berta Cáceres

En Montevideo, Uruguay, hubo un día en que el mate cebado con agua de la canilla (llave) comenzó a tener gusto a sal. En abril de 2023, el río que abastece de agua dulce a la ciudad y su área metropolitana llegó a su mínimo histórico luego de tres años de sequía. Las autoridades decidieron remediarlo bombeando agua salada para el consumo de la gente, con el doble del nivel de cloruro y sodio permitido por los estándares internacionales. La crisis del agua llegó a Montevideo, la capital más austral del continente americano, donde reside casi un millón y medio de habitantes, es decir, la mitad de la población uruguaya. 

Durante el mes siguiente, miles de manifestantes salieron a las calles al grito de “no es sequía, es saqueo”, reclamando que no podían tomar agua de la canilla como lo habían hecho desde siempre. Los bidones y las botellas de plástico se volvieron una herramienta de protesta ruidosa. Cuatro meses más tarde la situación del agua se “normalizó”, pero la confianza en el agua corriente no regresó. 

Al otro lado del continente, las vecinas del Pedregal de Santo Domingo, una colonia (barrio) de cien mil habitantes al sur de Ciudad de México, tienen su historia ligada a la lucha por el agua potable. Cuando a inicios del 2015 descubrieron que una empresa constructora trataba al agua como basura y la echaba al vertedero, instalaron un plantón en la calle durante más de dos años. Así fueron pioneras en reclamar su derecho al agua potable de forma organizada en la capital mexicana. 

La historia cuenta que allí las mujeres tuvieron que acarrear agua desde que el barrio nació, a principios de los años 70. El aguantador, un palo que colocaban sobre sus hombros con un bote en cada extremo para llevar el agua desde el pozo o la llave pública hasta sus casas, se volvió su marca identitaria. Es que cuando se ocupa un pedazo de tierra para vivir y se construye un barrio junto a las vecinas, el acceso al agua se revela pronto como un problema común, que es más fácil resolver entre todas. Medio siglo después, la historia las parió como defensoras del agua potable ante la avaricia inmobiliaria. 

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Ciudad de México, 1971 

Donde nace un río

Cuando Doña Fili recibe una invitada a su casa, la mujer diminuta, de arrugas profundas y ojos sonrientes, tiene la costumbre de regalarle una piedra de su altar. El surtido de rocas volcánicas comparte espacio con imágenes de luchadores de todo el continente: Emiliano Zapata, Monseñor Romero y Víctor Jara, el periodista Javier Valdéz y el defensor nahua Samir Flores. Todos iluminados por la llama constante de una veladora.

A veces, Fili entrega las piedras envueltas en un paliacate rojo, el pañuelo típico del trabajador campesino, representativo también de la lucha indígena zapatista, quienes tuvieron que taparse la cara “para ser vistos”. Fili es una referente de la lucha por la vivienda en la capital y desde su generosidad, comparte esa historia con las jóvenes visitantes que suele conocer en manifestaciones y charlas. Esas piedras han atestiguado el devenir de la colonia, el Pedregal de Santo Domingo, que tiene el mérito de haber sido, en 1971, la mayor ocupación de tierra urbana de América Latina.

Las casitas eran tan iguales que te podrías meter en una como si fuera la tuya. Decíamos: que todos tengamos casa, aunque sea de lámina no importa, pero que todos tengamos casa”, cuenta Fili.

En esta zona de suelo rugoso y hostil en la alcaldía Coyoacán, fueron las vecinas quienes se organizaron para comprar dinamita y abrir las calles. Mientras los hombres trabajaban en fábricas y las mujeres en hogares ajenos de zonas acomodadas, los fines de semana, todas salían a construir la colonia. Fili lo recuerda así: 

“Fue algo muy bonito, porque compartíamos el trabajo. Tus manos quedaban sangradas de cargar tierra, piedra, y al otro día tenías que trabajar. Era un trabajo muy fuerte, pero como sabías que era para ti, no te cansaba, aunque no había luz ni agua, ¡no había nada! Ni el Gobierno estuvo, más que para intentar desalojarnos. Pero si no tenías agua, un chavito te llevaba un bote lleno y ya tenías agua. La misma gente era la que te ayudaba”.

Con el tiempo y el trabajo colectivo, los vecinos cambiaron las paredes de lámina por cemento. En 1997, el primer jefe de gobierno de izquierda, Cuauhtémoc Cardenas, entregó a los pobladores de Santo Domingo las escrituras de sus casas. Luego de tres décadas de lucha, las vecinas lograron que el Estado reconociera su legitimidad y la de los hogares que habían construido. Con eso, llegó la conexión a la red de abastecimiento pública de agua potable, que cambió el aguantador por la fiscalización de su funcionamiento. 

Doña Fili en su casa. Foto: Lizbeth Hernández

Montevideo, 2002

El agua que brota del sur 

Carmen Sosa extiende el brazo para ofrecer un vaso y dice: “Esta es agua de la canilla filtrada. ¿Quién iba a decir que yo iba a usar filtro? ¡Antes era impensado!”. La mujerde 69 años es militante, sindicalista y ex trabajadora de Obras Sanitarias del Estado (Ose), la empresa de abastecimiento de agua potable en Uruguay. 

Luego de más de dos décadas de militancia por el agua y los bienes comunes, de cuidar un recurso que siempre se distinguió por ser de buena calidad en el país, Carmen se ha acostumbrado a la idea de que la calidad del agua, ya no es buena. Su palabra pesa, porque es una referente histórica y una militante ineludible en charlas y entrevistas sobre la defensa del agua en el país.    

Sentada en su casa en Montevideo, lleva el pelo castaño oscuro recogido, tirante. Detrás del cristal de los lentes, sus ojos claros y grandes se humedecen cada vez que recuerda los logros de la lucha colectiva que protagonizó. Como aquella vez, hace 20 años, cuando Uruguay hizo lo que ningún país había hecho hasta el momento: incorporar en su Constitución que el acceso al agua potable y al saneamiento son un derecho humano fundamental.

En el año 2002, Carmen y un grupo de militantes fundaron la Comisión Nacional en Defensa del Agua y de la Vida (CNDAV) -aún en funcionamiento-, el colectivo que militó para lograr la hazaña constitucional que definió que, en Uruguay, ninguna empresa privada ni extranjera puede apoderarse del agua, ni tampoco suministrar a la población. 

“Nos costó mucho convencer a los compañeros de que era importante la reforma constitucional. Teníamos asambleas para discutir y elaborar el texto constitucional de hasta 300 personas que duraban cinco o seis horas. Fue un trabajo titánico”, cuenta Carmen.

Para ella y sus compañeros, la alarma sonó  cuando en 1992 se concesionó el suministro de agua de Maldonado, un departamento al este de Uruguay, a una empresa privada europea. Años después, los integrantes de la CNDAV trabajaron en un movimiento inédito: se imprimieron ocho millones de papeletas, 18 sindicalistas de Ose recorrieron el país a caballo durante 23 días difundiendo la importancia de la reforma constitucional, y consiguieron el respaldo público de personajes claves del país como Eduardo Galeano

El 31 de octubre de 2004, al mismo tiempo que el progresismo ganó el gobierno nacional por primera vez, el 65% de los uruguayos dio un aplastante SI en las urnas a la protección constitucional del derecho al agua. Seis años después la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció este derecho.

“Nos llamaban para felicitarnos de todo el mundo y la prensa para entrevistarnos”, dice Carmen con la voz más fuerte al recordar la hazaña. Por eso nunca imaginó encontrarse con esta escena: “Hace muchos años, yo le decía a mis hijas: ustedes tienen que poner atención a esto, porque yo no lo voy a ver, algún día van a abrir la canilla y no va a salir agua potable, y lo vi”.

Carmen Sosa. Foto Lizbeth Hernández

Ciudad de México, 2016

El agua es más bella despeñándose 

Si no se conocieran las historias del aguantador y de las manos llagadas por picar piedra, no se entendería por qué un barrio entero se planta durante más de dos años a denunciar el “ecocidio” que cometió una empresa inmobiliaria en el predio de Avenida Aztecas 215, sobre una vía principal del Pedregal de Santo Domingo.

“¡Cómo luchamos por ese acuífero que tocó la inmobiliaria Quiero Casa, y el mal gobierno que teníamos! Porque no hicieron caso a las demandas del pueblo. Hicimos ocho asambleas, marchas, protestas y veíamos con tristeza cuánta agua tiraban al drenaje, pero ahora sí están preocupados por el problema del agua, ¡ahora sí hablan de Aztecas 215! Sabemos que su agua viene desde el volcán Xitle, los Dinamos, (la alcaldía Magdalena Contreras) y llega hasta Iztapalapa. Ahora sí están muy preocupados, pero en su momento todos se hicieron omisos al llamado que hacía el pueblo”.

El recuerdo es de María Santiago Maqueda, una mujer indígena que viste un colorido huipil bordado y un sombrero para protegerse del sol, cuando charlamos. Nació en el estado de Hidalgo y llegó al Pedregal en la época de la ocupación, a fines de 1971: “ Me tocó ver la escasez del agua, me tocó ver a los vecinos acarreando su agüita con aguantadores, como le decíamos nosotros. Atravesando aquellas piedras, porque antes era puro pedregal aquí en Santo Domingo. Aquí nadie quería vivir porque eran puras piedras, decían, parecemos chivos, brincando en las piedras”.

La denuncia contra Quiero Casa comenzó en 2015 (tras una larga lucha contra el proyecto Ciudad del futuro) cuando la ciudad era gobernada por Miguel Ángel Mancera y la alcaldía Coyoacán estaba en manos de Mauricio Toledo, quien hoy está prófugo de la justicia mexicana, acusado de enriquecimiento ilícito y cuya extradición Chile negó a México. Ambos habían sido electos por el Partido de la Revolución Democrática, que entonces representaba a la izquierda electoral mexicana. 

“Mancera nos dijo que el agua era sucia y Patricia Mercado (su secretaria de Gobierno) que escurría de las grietas, pero el doctor Óscar Escolero (fallecido en 2023) del Instituto de Geología de la UNAM demostró que era agua limpia, potable y parte del mismo cuerpo de agua que está ahí arriba, en el (parque del) Copete”, recuerda María. 

La indiferencia oficial obligó a la gente a crear un plantón como medida de lucha: instalaron una carpa en la calle frente a la puerta donde entraban y salían los precarizados trabajadores de la construcción. Así, la Asamblea general de pueblos, barrios, colonias y pedregales de Coyoacán protagonizó la primera lucha en defensa del agua potable de la megalópolis mexicana.

“Ese plantón se mantuvo gracias a la solidaridad de nuestros hermanos que nos donaban un jarrito de café, unos frijolitos o víveres. A partir de ahí, todos vieron cuánta agua se tiraba al drenaje. Nosotros decimos que fue un ecocidio, porque la escasez de agua no es nada más aquí, es mundial y ellos (los funcionarios de gobierno) se hicieron cómplices del tiradero de agua que la empresa hizo”, cuenta María Santiago.

En cada asamblea semanal las vecinas cortaban la avenida Aztecas para abrir al barrio la discusión, y cada viernes funcionaba la Escuelita popular Piedra y manantial, que recibía gente de todo el país y Latinoamérica en apoyo a la lucha de los Pedregales. 

Para Doña Fili, este es un espacio único de formación para la comunidad: 

“Un plantón transforma. Transforma tu pensamiento, todo lo que te han impuesto que pienses, lo cambia. Y eso espanta al sistema, al gobierno. No sólo en México, en todo el mundo, porque la misma gente tiene la capacidad de organizarse. Cuánta gente se acercó a nosotras y todo gracias al manantial. No es por presumir pero ¡viva el plantón de Aztecas 215!

María Elena López

Canelones, Uruguay, 2016

El agua que alimenta

A Sofía Taranto se la ve moverse rápido entre quienes acuden a las actividades que organiza junto con su pareja, Marcelo Cabrera, en Charamusca, la escuela libre que fundaron en su casa en Melilla, Montevideo. No solo recibe a la gente, sino que organiza el espacio, presenta las actividades, aporta sus reflexiones y experiencias en la lucha socio-ambiental en Uruguay, prepara hamburguesas vegetarianas y ceba mates.

Ella tiene 32 años, complexión delgada, el cabello largo y ondulado con raya al medio, y una sonrisa tímida y amable. Es descendiente de la Nación Charrúa e integra la comunidad Jaguar Berá, será por eso que abre las puertas de un armario gigante y deja salir aromas y colores de las hierbas con las que prepara medicina. 

Nació y se crió al lado del río Santa Lucía, el mismo río que atraviesa seis departamentos, abastece de agua dulce a los habitantes de Montevideo y su zona metropolitana, y que registró su mínimo nivel histórico en mayo de 2023 -desencadenando, en parte, la crisis hídrica-.  

San Ramón, en Canelones, es la ciudad de la infancia de Sofía y donde se inauguró, sin saberlo, como defensora del agua. De adolescente se unió con amigos del barrio para limpiar la basura en la vera del río Santa Lucía y plantar allí árboles nativos para formar un parque. Así fundó desde pequeña una tradición propia, la de cuidar el agua y el territorio en comunidad. 

“El agua une a todas las luchas porque es lo vital, lo fundamental”, dice Sofía y continúa: “Todos los proyectos extractivos buscan tener a mano el agua y acá, ni siquiera se la cobran, cuando la mayoría de la población está pagando por su consumo”. 

En el 2016, a través de una campaña de recolección de firmas, intentó prohibir las plantaciones de soja (las mismas que han erosionado la calidad del agua del río Santa Lucía) en Canelones, un departamento agrícola por excelencia y el principal productor de alimentos del país. A pesar de que se logró prohibir las plantaciones en algunas zonas del departamento, al no haber controles, Sofía señala que continúan.

Una vez que se mudó a Montevideo, se unió a la comisión de estudiantes en lucha por la tierra y el agua de la universidad pública, donde estudió la carrera de psicología. Y en 2022, en medio del clima carente de movilizaciones que dejó la pandemia por Covid-19, conformó el colectivo Coordinadora por el Agua, que al año siguiente fue clave para articular las manifestaciones callejeras por la crisis hídrica que se mencionan al inicio de este reportaje.     

Sofía sabe que la defensa del agua “ni empezó con nosotras, ni va terminar con nosotras”; y aunque por momentos dice “basta, todo sigue peor, no voy a hacer nada más”, siempre regresa a la misma conclusión: “no puedo no hacer nada”

Sofía Taranto en Charamusca. Foto: Lizbeth Hernández
Charamusca

Ciudad de México, 2024 

La conquista del agua

La presencia de Doña Fili no es tan ubicua como antes en las movilizaciones autónomas de la Ciudad de México -porque ya tiene “como cien años”, dice, bromeando- pero quien sí aparece es su hija, María Elena López. Male, como le llaman con cariño, es una mujer de palabras dulces y firmes, tiene abundante cabello lacio que suele recoger para dejar ver los pendientes en forma de sandía. Los tejió ella misma en solidaridad con el pueblo palestino ante el feroz genocidio que vive desde octubre de 2023. Los hilos se han vuelto una forma de lucha para Male y otras mujeres del barrio, con quienes fundó la colectiva Yaocihuatl Pedregales

Cuando estaban en el plantón de Aztecas, recibieron la visita de las madres y padres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, víctimas de desaparición forzada desde hace una década sin que se conozca aún su paradero. Entonces, decidieron bordar los retratos de los jóvenes en unas mantitas, que años más tarde han recorrido el mundo e, incluso, visitaron Montevideo. Yaocihuatl significa “mujer guerrera” en náhuatl y sus bordados fueron parte de la exposición Giro gráfico, como en el muro la hiedra, dedicada a la protesta social en el continente. 

Pero la colectiva Yaocihuatl no ha sido la única hija del plantón de Aztecas 215. El Comité en Defensa del Agua logró que se hiciera  un nuevo pozo desde fines del año 2021 para abastecer a la zona centro de la colonia Pedregal de Santo Domingo. Nacido de la lucha de Aztecas, el Comité ha continuado su reclamo histórico, como recuerda María del Carmen Pelayo, vecina del barrio de años y una de sus integrantes:

“La colonia se fundó hace 52 años y hace 52 años que padecemos de agua, porque las autoridades siempre la han utilizado como botín político. Nos la dan a goteo porque es una forma de presionar a la gente para que vote por ellos. Nosotros no estamos de acuerdo con esas malas praxis, y por eso, empezamos una lucha”.

Y fue una lucha difícil, casa por casa: “empezamos a luchar con las autoridades, ellos a que no y nosotras a que sí.” Para demostrar la voluntad común (y también para unificar esa voluntad) juntaron más de mil firmas entre los vecinos de la zona, reclamando la construcción del pozo: uno de los primeros en ser construídos en la capital mexicana por exigencia popular. 

“Tuvimos muchos problemas con vecinos y gente que sabía que se les iba a acabar su botín político. Al principio, había ´líderes´en el barrio (que funcionaban como contacto de los partidos con la base social, similar a un puntero político) y esos líderes jalaban gente hacia su lado. Si uno era líder de tres manzanas, luchaba por esas tres, mientras otro de más allá, luchaba por lo suyo y los demás, por lo propio. Lo que nosotras tratamos de hacer es que la gente de la colonia se una, sin importar su posición económica, dónde viva o cuántos vivan en casa. Lo que queremos tener es un entorno de convivencia”, recuerda María del Carmen. 

Una vez que fue puesto en funcionamiento el pozo en Santo Domingo, el suministro comenzó a fallar. En marzo de 2024, el Comité advirtió a la autoridad que tomarían el pozo si no resolvían el asunto pronto, y funcionó. A marchas forzadas y bajo vigilancia permanente, garantizan el derecho común. 

“Somos una escuelita de lucha”, dice Male y relata cómo otras vecinas de una colonia cercana del centro de Coyoacán han buscado la guía del Comité para replicar su experiencia en consagrar un pozo para su propio lugar. “Ahí no es una colonia popular pero es sorprendente cómo con la verdadera lucha social se logran avances. Ellos aunque lo solicitaron, aún no lo han obtenido, por eso vienen con nosotras y preguntan”. También intercambian frecuentemente con profesores e investigadores de Ciudad Universitaria, la principal sede de la UNAM en la capital, interesados en este proceso popular. 

“Eso nos ha permitido conocer otras luchas y no estancarnos, porque siempre que nos invitan, vamos. Es agradable conocer que hay otros territorios en pie, con quienes podemos hermanarnos, aunque sólo los conozcamos, como decimos acá en el barrio, de oídas”, dice Male. 

El manejo del agua y su escasez se volvieron un tema central en las campañas de 2024 para gobernar la Ciudad de México. Entre las propuestas de los candidatos destaca la creación de una contraloría social del agua, pero, más allá de discursos de políticos, las vecinas del Pedregal son un ejemplo vivo: construyeron, en la práctica, una forma de gestión comunitaria del agua.

Es paradójico cómo en esta lucha la mayoría son mujeres. “Siento que somos más luchonas e insistentes en las cosas”, dice María del Carmen. Pero es María Santiago quien lo explica con mayor profundidad: “Nosotros decimos que la mujer siempre va por delante, que si una mujer avanza, no hay hombre que la detenga. Las mujeres somos más aguerridas, las más fregonas, las más chingonas, siempre somos las mujeres. El hombre se va a trabajar pero la que lleva la carga más dura es la mujer: se tiene que dar tiempo de hacer la comida, ver a los hijos, que se vayan a la escuela, ver las gestiones. Por decir: si no tengo agua, no me voy a esperar hasta que llegue el marido para que vaya a traer agua. Nosotras como mujeres vemos la necesidad que tenemos en nuestras casas”.

María Elena López
María Santiago Maqueda.

Montevideo, 2023/24

No es sequía, es saqueo  

La entrada de Charamusca Escuela Libre está custodiada por dos palmeras gigantes sobre un camino de tierra en Melilla, un barrio rural y agrícola al noroeste de Montevideo. Allí se activa la defensa del ambiente, el territorio y el agua a través de diversas actividades y talleres. 

En la cocina de Charamusca chifla la caldera, el agua está lista para llenar los termos de mate. En una tarde de abril de 2024 hay unas quince personas reunidas para la presentación del Archivo Agua y Territorio: una selección de afiches, volantes, documentos, mapas, notas de prensa e investigaciones relacionadas al movimiento socio-ambiental en Uruguay, que coleccionaron Sofía Taranto y Marcelo Cabrera, los guardianes de esta casa. 

Durante la presentación del archivo confluyen diferentes tradiciones de lucha por el agua en la ciudad. 

Eliana del Río tiene 25 años, es la menor en la ronda en Charamusca y está interesada en profundizar su investigación académica sobre conflictos urbanos por el agua en Uruguay. Aunque, a diferencia de Sofía o Carmen, nunca militó en organizaciones de cuidado medioambiental, dice que el agua estuvo siempre presente en su vida. Cuando era niña, el agua inundó la casa de abuela en el norte del país y ahora, la sequía la atrajo de nuevo al tema y la puso, como a miles de personas, a pie de calle. Lleva agua hasta en el apellido, dice sonriendo: “me llamo Eliana del Río”.

Ella recuerda cuando el agua comenzó a salir con gusto salado de las canillas, allá por abril de 2023: “Quería no creerlo, no creer que está pasando esto en la ciudad, que nos llegó, que hay problemas con el agua, o sea, una fuente inagotable que la ves en la esquina de tu casa cuando un caño está perdiendo agua”. 

La calidad del agua ha ido empeorando en los últimos años en Uruguay. La crisis hídrica desembarcó en Montevideo no solo por la sequía extraordinaria que azotó al país durante tres años consecutivos (la explicación de cabecera por parte de las autoridades) hasta secar el río Santa Lucía, sino por la mala gestión de los suelos y el sistema productivo.

“La sequía muestra una problemática mucho más compleja y más grande que se viene arrastrando, que tiene que ver con cómo es el uso de suelo y de los recursos agua. En la cuenca del río Santa Lucía se viene intensificando mucho el uso productivo del suelo: ha habido grandes crecimientos de los cultivos sobre la superficie y cada vez se planta más sobre el borde del río. Hay una disminución de los humedales, los montes, esas zonas que están alrededor de los cuerpos de agua que filtran el agua. Eso hace que los sistemas acuáticos estén forzados y cualquier mínimo cambio que suceda genera un efecto enorme. El ecosistema está hasta el cuello”, explica la bióloga uruguaya Andrea Somma.  

Eliana Del Río. Foto: Lizbeth Hernández

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“No es sequía, es saqueo” fue la consigna que movilizó a gente como Eliana que nunca antes había militado. Su forma particular y espontánea, que despertó la conciencia ambiental en una nueva generación, les valió el bautizo de “auto-convocadxs”. 

Todos los días de mayo de 2023 realizaron asambleas y concentraciones espontáneas en la vía pública para informarse y organizar la defensa. Fueron quienes usaron el golpe de los bidones para quebrar la costumbre de no hacer nada: hicieron ruido frente al Ministerio de Salud Pública, la Presidencia de la República, el Palacio Legislativo, el edificio central de Ose y hasta en la casa del Presidente, que nunca salió a recibirlas. Día tras día, las personas problematizaron en las calles el modelo de gestión del agua y su vínculo con el modelo de desarrollo productivo, responsable de su agotamiento. 

La rapera y freestyler Miel, nacida como Elisa Monestier, fue una de ellas. Cuando tomó el agua salada de la canilla por primera vez, recuerda que sintió ira y pensó que el mundo que conocía hasta entonces había cambiado para siempre. 

“En Uruguay, desde la escuela nos enseñan que nuestro mayor recurso es el agua y que es de muy buena calidad. Siempre nos dijeron que iba a existir una guerra por el agua y yo me imaginaba que iba a ser con tanques de guerra. Pero quizás, la guerra sea el pueblo defendiendo el agua y el gobierno persiguiendo al pueblo”.

La rapera Miel. Foto: Lizbeth Hernández

Miel pensaba, durante los cuatro meses de la emergencia hídrica oficial, en toda la gente que no podía pagar por agua de mejor calidad, y cómo eso no formaba parte de las declaraciones de las autoridades: “Decían en cadena nacional que esto era por la sequía, mientras daban millones de litros de agua a empresas internacionales y a la gente le decían que la comprara”. 

Porque en medio de una crisis hídrica que dejó a la población de Montevideo con agua de mala calidad, donde se rompían los calefones de baño por la alta salinidad, y se advertía a la población hipertensa, mujeres embarazadas e infancias que podrían salir afectadas de esta crisis, el ministro de Ambiente, Robert Bouvier, aseguró en televisión que el agua “no es potable, pero sí bebible y consumible”. 

A un año de aquella pueblada, Miel piensa que el éxito de las personas auto-convocadxs está en desmarcarse de los partidos políticos. “Me encontré con gente espectacular y verles me dio esperanza. Me sentí acompañada, que estaba dónde tenía que estar, esta era la coherencia con la que podía sobrevivir”. 

Ella siente que esas ruidosas y espontáneas movilizaciones fueron semilla fértil: “ninguna militancia es de hoy para mañana. Yo misma me encontré varias veces diciéndole a mis amigas que me veo marchando con 80 años”.

Perfil de Doña Fili. Foto: Lizbeth Hernández

Ciudad de México – Montevideo, julio 2024

Donde desemboca un río

Desde cargar el aguantador por las calles del Pedregal en Ciudad de México, hasta salir a golpear bidones en protesta por la calidad del agua en Montevideo, las mujeres en las ciudades cuidan el agua como parte de sus tareas cotidianas.  

Doña Fili, Sofía, Eliana, Elisa, Male, María del Carmen, Carmen y María ponen el agua en el centro de la vida. Ellas son mujeres comunes, y son solo algunos de los rostros que cuidan uno de los recursos vitales para la vida humana a lo largo y ancho de América Latina. 

En su día a día, reinventan la resistencia ante cada avance de las empresas y proyectos extractivistas nacionales e internacionales, pero también ante cada conflicto que les antepone la vida y la lucha comunitaria. Sienten el peso de la mala gestión de los gobiernos sobre el recurso agua, de la crisis climática que les inunda las casas o les seca la tierra donde caminan.

Da igual si es Uruguay o México, en ninguno de los dos países las autoridades respondieron a las causas estructurales que provocaron las crisis del agua. 

En Montevideo, las protagonistas de este reportaje señalan cómo la escasez de agua y su mala calidad es consecuencia del modelo que prioriza su uso para la producción masiva de monocultivos transgénicos, con la soja como protagonista. Además, las autoridades aprobaron recientemente el proyecto Neptuno-Arazatí, una planta potabilizadora de capitales privados que brindaría agua potable a Montevideo, aunque el movimiento social logró suspender el proyecto momentáneamente.  

En México, a pesar de que la obra en construcción de la empresa inmobiliaria fue suspendida por Claudia Sheinbaum -primera presidenta electa de la República- cuando asumió el gobierno de la capital mexicana en el 2018, se optó por “medidas de mitigación” que quedaron inconclusas. La empresa concluyó sus torres de apartamentos, y seis años más tarde continúa desperdiciando el agua. 

Pese a que el poder político sigue priorizando el agua para el uso del capital y no para la vida de la gente, las mujeres se organizan para cuidar del agua como cuidan de las infancias y de los viejos, porque el trabajo de cuidados es un trabajo feminizado. La defensa del agua es una parte integral de la reproducción de la vida, del cuidado de lo común, que siempre es un acto político. 

Pozo en los Pedregales

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Créditos

Texto e investigación: Florencia Pagola, Carolina Bas Lemos, Madeleine Wattenbarger, Eliana Gilet

Fotografía: Lizbeth Hernández

Edición de sonido: Carolina Bas Lemos

Video: Eliana Gilet

Edición de texto: Lizbeth Hernández y Florencia Pagola

Acompañamiento editorial por la Fundación Gabo: Javier Drovetto

Diseño gráfico: Paola Macedo

Desarrollo web: Lizbeth Hernández y César Palma

Este especial se realizó gracias a la beca colaborAcción de investigación periodística 2024 entregada por la Fundación Gabo y Fundación Avina.

Kaja Negra
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