La realidad de los programas sociales en México: Más allá del conformismo y la estigmatización

Por Abraham Bote Tun

En numerosas ocasiones, he escuchado tanto en los medios de comunicación como en conversaciones cotidianas y entre amistades, que los programas sociales son criticados con dureza. Políticos de dudosa ética, como Vicente Fox, han argumentado que estos apoyos fomentan el conformismo y alimentan la pereza. Sin embargo, esta visión simplista ignora una realidad mucho más compleja y necesaria. 

Los programas sociales no son una mera “curita”; representan una pequeña deuda que el Estado y el sistema capitalista deben a los grupos vulnerables que han sido históricamente relegados y abandonados. Aunque estos apoyos no solucionan todos los problemas, son cruciales para la subsistencia de millones de familias, estudiantes y adultos mayores que no cuentan con otras herramientas para salir adelante. 

La narrativa que critica estos programas no solo está plagada de desinformación, sino también de clasismo y estigmatización. Este tipo de discursos a menudo desconoce la realidad diaria de quienes realmente se benefician de estos apoyos.

En mi experiencia como periodista, entrevisté a una joven que, durante años, había intentado obtener una beca sin éxito debido a su promedio académico, siempre quedándose a pocos puntos. Gracias a la reciente ampliación de las becas por parte del gobierno federal, finalmente pudo acceder a este apoyo y continuar sus estudios. Este es un claro ejemplo de cómo los programas sociales pueden marcar una diferencia significativa. 

Es cierto que algunos beneficiarios pueden utilizar estos recursos de maneras distintas a las previstas. Sin embargo, muchas personas los emplean para emprender negocios, continuar su educación o apoyar económicamente a sus familias. En lugar de satanizar a quienes reciben estos apoyos, debemos informarnos y entender el impacto real que tienen.

En México, de acuerdo con datos extraídos del libro Así no es”, de Viri Ríos y Raymundo Campos, el cual desmantela los mitos que han sido utilizados para justificar la desigualdad económica en México, por ejemplo, el 69% de los adultos que reciben apoyos sociales están empleados, una cifra apenas inferior al 71% de quienes no reciben estas ayudas.

Esta estadística evidencia que la mayoría de los beneficiarios de programas sociales trabaja arduamente, a menudo en condiciones extremas.

De hecho, el 10% más pobre de la población trabaja en promedio 55 horas semanales, en comparación con las 51 horas del 10% más rico. Además, el trabajo infantil y las dobles jornadas son más comunes entre los más pobres, lo que desmiente la idea de que estos individuos se dedican al ocio.

Es esencial reconocer que el dinero de los programas sociales no solo se usa para satisfacer necesidades básicas, sino también para crear oportunidades. Hay numerosos ejemplos de beneficiarios que han utilizado estos fondos para iniciar negocios o continuar sus estudios, como el caso de Esmeralda, quien con el apoyo gubernamental pudo establecer un negocio de raspados.

Estos fondos también se destinan a adquirir bienes y servicios que benefician la economía local, demostrando que el apoyo social puede contribuir al crecimiento económico.

En cuanto a la asignación de estos programas, el debate sobre si deben ser universales o condicionales es crucial. Los programas universales garantizan una cobertura amplia, mientras que los condicionales, aunque menos costosos, requieren una burocracia que puede elevar los costos y provocar errores en la asignación.

En México, los programas sociales son condicionales, pero con criterios amplios que abarcan a muchas personas. Mantener criterios amplios evita la división de la población en “merecedores” e “inmerecedores”, promoviendo en su lugar una visión de unidad y equidad.

Además, es importante recordar que las transferencias monetarias por sí solas no son suficientes para erradicar la pobreza y la desigualdad. Deben ser complementadas con políticas públicas integrales que aborden las causas subyacentes de estas problemáticas. Invertir en educación, salud y desarrollo económico es esencial para construir una sociedad más equitativa.

En lugar de promover discursos desinformados y despectivos, es crucial analizar el papel que deben jugar tanto las empresas como el gobierno en la creación de condiciones que reduzcan la dependencia de estos programas. Es imperativo generar un entorno que promueva la igualdad social y económica, de modo que cada vez menos personas necesiten recurrir a estos apoyos para salir adelante. 

En conclusión, los programas sociales tienen un impacto positivo y real en la vida de millones de personas. Es fundamental reconocer su valor y evitar la estigmatización infundada. En lugar de perpetuar discursos negativos, debemos enfocar nuestros esfuerzos en mejorar estos programas y en crear condiciones que fomenten una mayor equidad y justicia social. 

Compartir