Detenciones ilegales en Yucatán: Crónica de una injusticia anunciada
[O varias]
Texto y foto de portada: Lilia Balam
ACTO I
Yo sé que van a tacharme de ingenua, pero debo confesar que YO no vi venir todo esto.
Yo nunca imaginé que la marcha realizada el pasado miércoles 22 de marzo, en solidaridad con la lucha del pueblo maya de Sitilpech contra las mega granjas de cerdos, terminaría con violencia.
Aunque en los medios de comunicación que tienen un convenio “publicitario” con el Gobierno del Estado ya habían emprendido una campaña de desprestigio hacia las y los defensores de esa comisaría de Izamal. Aunque esa misma mañana vincularon a proceso a ocho pobladores solo por proteger sus derechos al territorio, al agua y a la salud.
No lo pensé, porque no me sorprendió la fuerte presencia policial. Ya me acostumbré a que en cada protesta (a excepción de aquellas convocadas por los antiderechos), el gobernador Mauricio Vila y el alcalde Renán Barrera desplieguen esos operativos de seguridad que ponen cachondos a los fachos: chingo de policías, chingo de patrullas, vallas para proteger las valiosísimas paredes, y si se puede, hasta helicópteros…
No lo pensé, porque la protesta fue demasiado tranquila: personas con cartelitos, gritando consignas, cantando, diciéndole sus verdades a la Secretaría de Desarrollo Sustentable, rapeando que el gober anda muy poch de la presidencia pero solo la sigue cagando, interviniendo unas tablas de madera… en fin, nada extraordinario.
No lo pensé. Y recuerdo perfectamente los últimos minutos en que saboreé la frase “saldo blanco”(que alguien soltó cuando concluyó el acto en santa paz y sin enfrentamientos con los polis). Fueron los mismos minutos que tardé en recorrer las cuatro calles que separan el Palacio de Gobierno del Mercado 60.
Justo ahí, en la calle 60 con 53 y 51, se me fue la sensación de victoria. Primero, escuché gritos en medio de una calle poco iluminada. Había un grupo numeroso de gente tapándole el paso a un Sentra gris con placas ZCL-030-C. Otro grupo rodeaba una camioneta Ranger blanca con placas YS-0305-C. Algunas personas grababan videos de todo. Yo no entendía nada.
Luego noté los forcejeos. Una bicicleta tirada. Y un pan aplastado, hecho pedazos a mitad de la calle. Algunas personas pedían auxilio. Llantos. Una señora, salida de quién sabe dónde, gritó con todo el pavor del mundo que “los estaban levantando”. Pensé en sicarios, crimen organizado, desaparición, tortura, dolor, muerte. Y lo único que se me ocurrió fue ponerme a grabar.
Recuerdo que alcé el teléfono pero ni siquiera sabía para dónde enfocar. Traté de capturar con la cámara las placas de los vehículos y a las personas que estaban adentro. Y entonces se escuchó: “¡ES POLICÍA!”. La multitud que bloqueaba el paso reaccionó con molestia, y parecía dispuesta a echar raíz para impedir que los autos avanzaran, pero los conductores pisaban el acelerador, amenazando con echarles los carros encima. La gente desistió y les abrieron el paso.
Los vehículos quemaron llanta y desaparecieron en segundos. Mentiría si les dijera que dejaron todo en calma: quedaron personas gritando con enojo, frustración y miedo. Otras evaluaban los daños. Otras estaban paralizadas, con el temor impregnado en los ojos. Una joven pedía ayuda a gritos. Me acerqué para hablar con ella.
“Estábamos en nuestras bicicletas, y de repente alguien se paró frente a mí y nos empezaron a agarrar. Nos dijeron que eran policías y empezaron a tirar nuestras cosas. Nosotros ni sabíamos cuál era la patrulla porque todos eran autos personales. Un hombre me golpeó, me ahorcó hasta que una señora intervino. Nos estaban siguiendo desde la marcha”, me dijo en total desconsuelo, mientras la multitud se reunía alrededor para escuchar.
Relató que ella y otras tres personas estaban retirándose de la marcha. Si bien notaron que unos vehículos iban detrás de ellas, no le dieron importancia. Pasaron a comprar pan y fue ahí cuando elementos de la Policía Estatal de Investigación (PEI), vestidos de civiles y sin identificarse, a bordo de los vehículos sin ningún rótulo, las intentaron arrestar, nomás porque sí. Por supuesto, ellas reaccionaron con temor e intentaron defenderse.
La joven y otro muchacho pudieron escapar. Pero los agentes sí detuvieron a dos personas: Sofía y Sebastián. Sus datos comenzaron a circular para intentar localizarles. Al menos durante hora y media, nadie sabía dónde estaban.
Yo lo supe como a las 22:02 de ese miércoles, cuando comenzaron a difundir unas notas horrorosas en esos medios de comunicación que olvidaron que el periodismo no es negocio. “Grupos de choque hieren gravemente a policía” y “Detienen a cuatro por violencia durante una marcha”, eran los titulares que se repetían en las páginas web, como si les hubieran pasado un machote.
Aunque no quería (porque odio darle tráfico a esa burla propagandística que hacen llamar periodismo), leí esas notas. Y ahí confirmé que Sofía y Sebastián fueron detenidos. Pero también supe que otras dos personas fueron arrestadas: el activista LGBTIQ+, Andreu, y la defensora de derechos trans, Muñeca.
“Detuvieron a Muñeca”, avisé a las defensoras de derechos humanos que estaban cerca. Enseguida comenzaron a movilizarse, a buscarla para confirmar, a correr la voz. En eso estaban, cuando llegó el boletín oficial de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), para dar ‘formalidad’ al asunto.
En el comunicado, la dependencia intentó justificar los arrestos argumentando que se realizaron por la “probable responsabilidad” de esas personas “en los daños ocasionados y en las agresiones contra servidores públicos” (sic), ya que, supuestamente, un agente de la PEI “fue lesionado severamente en la cabeza y debió ser trasladado a un hospital”. Pero testimonios recogidos en el lugar indicaron que eso ocurrió por el forcejeo de las detenciones arbitrarias y violentas.
La SSP firmó su boletín con una amenaza: “La PEI en coordinación con la Fiscalía General del Estado (FGE) trabajan en la identificación de otras personas involucradas en los hechos, a fin de reunir las pruebas que sirvan para solicitar a un Juez de Control las respectivas órdenes de aprehensión”.
Eso sí lo vi venir.
Continúa en el ACTO II.